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19-04-2019

Contra el pesimismo: una utopía concreta

El grupo parlamentario Unidos Podemos en el Congreso de los Diputados. / Podemos (Flickr)

SURda

Opinión

España

Manolo Monereo

 

Los tiempos que vienen no serán fáciles para Unidos Podemos. Trabajar contra las encuestas, recuperar los vínculos perdidos y reforzar la organización requerirá de mucho esfuerzo y una dirección política ágil y convincente. Creo que es posible devolver la ilusión a una base social y electoral que ha perdido referentes, que da señales de pasividad y, a veces, de desmoralización. Creo que sigue habiendo disponibilidad para la acción, para la recuperación de espacios; lo que hace falta es un discurso político claro, nítido, que unifique demandas sociales de fondo y que genere una esperanza que venza a una resignación que, por momentos, parece insuperable.

Ernst Bloch hablaba de utopía concreta; Julio Anguita, de la necesidad de un discurso profético. Ambos nos dan la pista de que hoy lo que hace falta son principios, fundamentos que construyan imaginarios sociales alternativos que fomenten el compromiso moral y que impulsen la movilización. Utopía concreta no significa una simple quimera, un sueño inalcanzable o el invento de mundos futuros desconectados de nuestra realidad. Hay realismos y realismos. El positivista trascribe la realidad como hecha para siempre, homogénea y unidireccional; el otro realismo, el histórico dialéctico, la entiende como algo contradictorio, con potencialidades diversas y con líneas de actuación variables. El discurso profético parte de esta realidad contradictoria y tira de aquella parte que tiende a la emancipación, a la auto organización y a la construcción de un sujeto político con un proyecto alternativo de Estado, sociedad y gobierno.

Desde este punto de vista, pretendo hacer una aportación al debate programático que se debe de estar abriendo en el mundo de Unidas Podemos. Programa tiene que ver más, en este contexto, con discurso; es decir, con una síntesis de valores, principios y propuestas dirigidas a provocar adhesión, apoyo, implicación que contribuyan, no solo a impulsar el voto, sino a fomentar una subjetividad organizada en torno a un proyecto político enraizado sólidamente en las clases populares. Sé de las dificultades, pero creo que merece la pena trabajar con una idea fuerte de discurso programático. Es cierto que esto implica un determinado tipo de campaña electoral: convertirla en un proceso de pedagogía popular, de potenciación de marcos y de imaginarios sociales que potencien una identidad que, no solamente frene la pérdida de votos, sino que reconstruyan un espacio político que pasa por momentos difíciles.

Recientemente Héctor Illueca, con acierto, ha hablado de momentos constituyentes, es decir, que las próximas elecciones esconderían dilemas constitucionales no explicitados que, seguramente, no se discutirán en la campaña y que sus resultados determinarían el futuro de dichos dilemas. Si interpreto bien lo que quiere decir, la mayoría resultante de estos comicios consolidarían (materialmente) un nuevo régimen político de facto que ya no sería el de 1978 (algo peor y más a la derecha) o bien, una nueva mayoría que abriera la posibilidad de un proceso constituyente.

Muchos hemos venido defendiendo que el proyecto alternativo de país que necesitamos debería (pedagógicamente) fundarse en las reformas que la vigente constitución necesita. Una revisión constitucional, de fondo, que garantice sus aspectos positivos y que abra la posibilidad a nuevos desarrollos jurídico políticos que tienen que ver con los grandes desafíos de un futuro que está delante de nuestros ojos. Proyecto de país, proceso constituyente y cambio constitucional podrían articular una mayoría social transversal capaz de convertirse en un sujeto político que organice un nuevo régimen político democrático, republicano, federal, comprometido con la justicia social y capaz de establecer una alianza orgánica con las fuerzas que defienden la vida del planeta y la igualdad de las mujeres.

Es difícil hablar de política cuando se está en campaña electoral. La paradoja es solo aparente. Para la política dominante, las campañas sirven para ganar votos cueste lo que cueste, fomentando imágenes, creando enemigos artificiales, criminalizando conductas y aprovechando los enormes y desiguales recursos de los que mandan y no se presentan a las elecciones. La nueva política (sabiendo que es contra corriente) debe propiciar la deliberación democrática basada en principios claros, en propuestas coherentes con estos, motivando el compromiso político y la movilización. Sin afectos, sin pasión, no se construyen proyectos colectivos. Como nos enseña la poesía, afectos, emociones y pasiones no tienen que ser necesariamente irracionales y son una vía de conocimiento.

¿Para qué sirven los principios? Para criticar lo existente e instrumento para organizar la alternativa. Los principios son razones para la acción, una acción consciente y dirigida que guíe con coherencia las propuestas programáticas. ¿Cuáles serían aquí y ahora esos principios? A mi juicio, la construcción de una izquierda patriótica, republicana, federalista y ecofeminista. Presiento de inmediato la incomodidad; ¿cómo hablar de esto en precampaña electoral? Pido disculpas por adelantado, pero estoy convencido que Unidas Podemos necesita una identidad fuerte, de principios claros y de una propuesta solvente y en positivo. Los principios son los que organizan el discurso político, le dan coherencia, impulsan a la acción y fomentan el compromiso.

Lo de izquierda patriótica sé que es lo que más rechina y creo que hay que partir de la contradicción y convertirla en imaginación creadora. Decenios de nacional-catolicismo, decenios de nacional-constitucionalismo han colonizado las subjetividades colectivas y las identidades públicas. Sentirse español y, mucho más, defender un proyecto desde la izquierda española siempre ha estado mal visto. Suena mal y choca con los saberes socialmente construidos. Sin embargo, denominarse, por ejemplo, de la izquierda andaluza no es problemático; tampoco catalana, vasca o canaria, hasta castellana. Lo que no está aceptado es ser de izquierdas y español.

Nadie es ingenuo a estas alturas. El debate es entre nacionalismos y no hay espacio para una izquierda española, republicana, federalista y con voluntad socialista. Es más, cuando se defiende, aparece muchas veces como una provocación. No es este el lugar de las causas histórico-sociales que nos han llevado a una situación como esta. Algunos de nosotros, en otro contexto, nos preguntábamos por qué en España no ha cuajado nunca el concepto de patriotismo constitucional. Los imaginarios sociales se construyen y se deconstruyen en el espacio tiempo, pero hay temas que nunca logran imponerse.

La tarea histórica consiste en engarzar de nuevo la idea de soberanía popular, república y socialismo, es decir, soberanía como autogobierno, republicanismo como régimen político de hombres y mujeres libres e iguales y socialismo entendido como instrumento para superar un sistema económico que promueve la alienación, la desigualdad y discriminación. En su centro, el eco-feminismo como una nueva síntesis que articula reproducción social, defensa de la vida y, sobre todo, la solidaridad con las futuras generaciones. Patriotismo y nacionalismo no son la misma cosa y, políticamente, se contraponen. Patriotismo, en su larga historia, ha sido siempre compromiso con una comunidad, con su defensa, porque en ella existen derechos y libertades. La clave siempre ha sido la misma, una idea de patria que se construye cada día, que exige el control de la oligarquía, que se opone a la tiranía y que establece una idea republicana de la soberanía entendida esta como programa: los poderes externos e internos no pueden determinar el destino del país.

Se trataría de aprovechar esta campaña electoral para definir un proyecto de país alternativo, reconstruir los vínculos sociales perdidos, reforzar la unidad por abajo y renovar profundamente la organización. Tareas nada fáciles, pero es tiempo para los grandes desafíos, para romper con un pesimismo que bloquea la esperanza, para, en definitiva, volver a encontrarnos con unas clases medias críticas, con unas clases trabajadoras dispersas y una juventud que parece que pierde ilusión, horizonte de futuro y que puede terminar decantándose por lo menos malo.

La clave es definir cuál es el gran problema de España, el problema de los problemas, al que hay que batir para que el cambio sea posible. Hay que nombrarlo, correr el riesgo de definirlo y asumir las consecuencias. El problema radical de España es el control que los poderes económicos ejercen sobre la clase política en su conjunto y, derivadamente, sobre la vida pública. Se trata del poder de una oligarquía financiero empresarial que ha ido acumulando riqueza, poder e influencia hasta un punto que impide el cambio político por muy débil que este sea, que hace imposible el reformismo y que contamina al conjunto del sistema político mediante una corrupción sistemática y permanente. Los poderes económicos tienen poder de veto y ahora pretenden, una vez más, una nueva restauración que dé vida a un régimen sólo formalmente equiparable con el del 78.

Hace tiempo que algunos de nosotros hablábamos de “trama” y de “tramas”. Lo que queríamos señalar es la existencia de una alianza específica entre una parte del poder económico, sectores de la clase política, núcleos del aparato del Estado y las grandes empresas mediáticas. La historia y evolución de esta trama ha sido descrita, entre otros, por Rubén Juste en su libro sobre el Ibex 35. Cuando se habla de trama aparece aquello de “visión paranoica o conspirativa de la historia”. Parafraseando al viejo Lenin, habría que decir que las conspiraciones existen desde siempre y seguirán existiendo. Lo que no se puede es explicar la historia solo a partir de las conspiraciones. La trama Villarejo, conocida desde tiempos inmemoriales, hay que entenderla como agente de una trama principal que es la que ordena y dirige. Insisto, esta trama, la de verdad, ha pasado de tener poder de veto a intentar dirigir la vida pública. Este es el verdadero problema de las democracias: unas clases dirigentes que han acumulado tal poder que, gane quien gane las elecciones, se hacen las políticas que ellas deciden. La Unión Europea es su principal instrumento, ¿alguien cree que sin ella se podrían mantener estas políticas y estos gobiernos?

Como hemos dicho muchas veces en los últimos tiempos, el objetivo de estas elecciones no es saber con quién va a gobernar el PSOE, sino crear las condiciones para que el impulso de cambio siga vivo o, al menos, aliente una fuerza política determinante, sólidamente implantada en el país, con una fuerte presencia institucional y, sobre todo, capaz de ejercer una verdadera oposición política y social. Definir un proyecto de país requiere un trabajo colectivo a medio y a largo plazo, realizado después de un debate profundo y que exprese una toma de conciencia que tienda a convertirse en alternativa política. Lo que ofrecemos es algunas ideas que muevan al debate y que organicen razones para actuar.

Por una Europa europea. La actual Europa alemana del euro no ha hecho otra cosa que dividir a nuestros pueblos, limitar la democracia y liquidar los derechos sociales en casi todas partes. Europa no es la Unión Europea, es mucho más y hay que recuperarla. Nuestra propuesta es clara: no se puede reconstruir Europa sin sus Estados y sus pueblos. Por eso, apostamos decididamente por una Europa confederal. No hay que tener miedo a hablar de los tratados y, mucho menos, del euro, sabiendo, como nos dicen decenas de especialistas de nivel, que sigue siendo su gran debilidad y que puede terminar por desintegrarla.
Por un Estado emprendedor y estratégico. La soberanía siempre ha sido un programa; necesitamos un Estado capaz de desarrollarla y fortalecerla. Defendemos un Estado capaz de distribuir la renta y la riqueza, que regule el mercado y planifique el desarrollo económico al servicio de las mayorías sociales. Esto exige un fuerte sector público, empresas públicas potentes y la nacionalización de algunos sectores estratégicos que solo perviven por el control que ejercen sobre las élites políticas. Necesitamos un sistema fiscal justo, redistribuidor y capaz de sostener nuestro débil Estado de bienestar.

Por una democracia económica y social. Hay que ir más allá del Estado social que hemos conocido. Defender la democracia aquí y ahora, democratizar los poderes económicos empezando por las empresas; reforzar los derechos laborales y sindicales y construir una sociedad basada en el pleno empleo; la reducción de la jornada laboral y la socialización de los cuidados. Ideas fuerza: redistribuir renta, riqueza, poder y tiempos sociales.

Blindar constitucionalmente los derechos sociales para garantizarlos. La fortaleza del desarrollo social de un país se mide, entre otras cosas, por los espacios que han sido desmercantilizados. Si algo hemos aprendido de esta crisis es que los derechos sociales son especialmente débiles en nuestras sociedades y reversibles. Garantizarlos constitucionalmente significará obstaculizar los intentos de los poderes económicos y las derechas para cuartearlos, reducirlos y limitarlos. Las movilizaciones de los pensionistas han demostrado que el “pacto generacional” es uno de los fundamentos de una sociedad digna.

Transición energética/reestructuración ecológica de la economía y de la sociedad. Todos lo sabemos y lo que hace falta es voluntad política. Se trata ahora de cambiar de óptica. La crisis es una oportunidad para construir un nuevo modelo de desarrollo social y ecológicamente sostenible; emancipación social y relaciones respetuosas con nuestro medio se complementan, se necesitan mutuamente; reconstruir los fundamentos de un modo de vida alternativo es un desafío que relaciona nuevas tecnologías, trabajo digno y reapropiación del espacio. Se habla de la España vacía y hasta se convierte en tema electoral. La cuestión de fondo casi nunca se explicita, a saber, romper con la lógica del desarrollo desigual del espacio que empobrece y despilfarra. Volver al territorio, generar círculos virtuosos que lo asienten y construir democracias participativas que lo hagan posible; economía circular, sociedad circular y auto organización social pueden ser uno de los fundamentos de una democracia cotidiana post capitalista.

Por la paz, el desarme y la seguridad colectiva. No entrará en la agenda electoral, pero debería estar presente. En este mundo que cambia y que tiene en su centro una nueva redistribución del poder entre las grandes potencias, la “trampa” de Tucídides retorna y con ello, el rearme generalizado, la militarización de las relaciones internacionales y el desmantelamiento (Donald Trump es su principal arquitecto) de todo un conjunto de tratados que pretendían poner fin a una lógica de poder que, directa o indirectamente, impulsaba el conflicto nuclear. La retirada de EEUU del tratado que prohibía la instalación de misiles de alcance intermedio en Europa (INF), expresa un salto cualitativo y vuelve a situar a nuestro continente como territorio de conflicto, enfrentamiento y guerra. Hace falta cambiar: a) iniciar un proceso de desconexión de la OTAN; b) fortalecer un pilar europeo de defensa más allá de lo que hoy es la UE; c) un acuerdo de desarrollo y seguridad con Rusia.

Poder constituyente/República. Se ha llegado a decir que las elecciones son un mal momento para hablar de política a lo grande. Seguramente será verdad, pero no debería ser nuestra verdad. Si se habla de momentos constituyentes, se debería decir con igual fuerza que el dilema no está entre los que defienden la Constitución del 78 y los que defendemos un nuevo régimen. Este nunca ha sido el verdadero dilema. La Constitución del 78 es, para determinadas partes de la misma, nominal. Cuando pasen estas elecciones, el dilema seguirá estando vivo. Por esto es bueno defender que, para asegurar lo mejor de la Constitución del 78, hace falta un proceso constituyente que haga visible el poder del soberano, la soberanía popular. Una campaña electoral tan larga como la que vamos a vivir, debería ser un momento especialmente significativo para reforzar una identidad cuando ésta se convierte en un problema político. Unidas Podemos debería de ser el “partido” de las republicanas y los republicanos españoles.

Ecofeminismo para defender la vida y para cambiar nuestras vidas. Es señal de la época que todas las denominaciones políticas acaben siendo objeto de debate y conflicto en sí mismas. El reino de lo vaporoso, la dictadura de lo políticamente correcto y el dominio de un día a día que mata la estrategia, puede terminar por hacernos olvidar lo verdaderamente importante. El surgimiento de la ecología política, del feminismo socialista y las luchas contra la colonialidad del poder, nos dicen que está emergiendo un nuevo paradigma emancipatorio que intenta soldar una alianza histórica entre los viejos postulados socialistas del movimiento obrero y nuevos actores sociales que defienden una crítica más profunda del modo de vivir, consumir y producir del capitalismo que hoy conocemos.

Termino como empecé. No hay razones para el pesimismo. Somos lo que hemos podido ser, dadas las circunstancias internas y externas; quizás rectificar el punto de partida y dotarnos de una nueva perspectiva. Juan Rivera lo ha señala en estos días, hay que aprender una dura lección de la historia de España: cualquier intento de un cambio político verdadero tiene que saber que se enfrenta irremediablemente a una oligarquía financiero-empresarial, a una trama de poder que tiene poder de veto y capacidad para obstaculizar las aspiraciones de una mayoría social que desea una sociedad de mujeres y hombres libres e iguales basada en la justicia social y en la soberanía.

Fuente: https://www.cuartopoder.es/ideas/2019/04/01/unidos-podemos-encuestas-elecciones-generales-pesimismo/

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